Contacto

lacanteramail@gmail.com

APUNTES I


                                                                                                        EL PUNTO DE PARTIDA


A la hora de comenzar el proceso creativo, el teatro occidental siempre le ha dado al texto una fundamental importancia. Durante siglos ha sido la referencia, el lugar concreto donde objetivizar sus ideas. A través de la palabra escrita se lo conoce y valora, por lo tanto es lógico que en ella el teatro haya depositado toda su carga histórico-moral.

Es en el texto donde el teatro occidental ha podido trascender su efímera sustancia “tempo-espacial” y es por ello que siempre se lo ha cuidado y respetado como imprescindible punto de partida. Con esta fórmula creativa el teatro ha asegurado el contenido ideológico y la discusión conceptual.

No obstante, con el correr del siglo pasado las experiencias escénicas han ido dando resultados cada vez más apoyados en variables no textuales. El avance de técnicas audiovisuales y la concepción de un mundo más intercomunicado quizás puedan considerarse fundamentales en este cambio.

A finales del siglo, el texto ya no es el único soporte conceptual e ideológico del teatro. Tanta importancia tiene éste como la elección de los elementos escénico, la decisión de combinar artes, de pensar las características ‘espectaculares’ del montaje...

Hoy, ya entrados definitivamente en un nuevo siglo, la creación teatral sigue alejándose del texto e incluso de otras variables propiamente escénicas. La tendencia es evidente. El teatro del siglo XXI ya no se impulsa desde sí sino desde afuera. Se apoya definitivamente en sucesos, personas y sitios que la realidad misma propone o bien combina ideas para hacer que lo teatral se entrecruce con lo no-teatral.

Los parámetros para concebir la teatralidad han variado. Constantemente se buscan fórmulas para quebrar las convenciones y los artificios. Se desconfía de la materia teatral y fundamentalmente de la textual. Este deslizamiento genera un teatro resguardado en el suceso, en la efectividad espectacular, en el devenir rítmico o energético y al texto se lo ‘arrincona’ en funciones explicativas y didácticas.

En estos tiempos crear desde estas dinámicas contemporáneas lleva implícita la absoluta necesidad de formular ideas porque no hay un texto que desde el inicio se las asegure. Hoy el mayor riesgo de concebir teatralidad está en efectivizar la forma y vaciar el contenido ideológico.

Por ello ya no sólo es necesario contar con actores que se ocupen de su rol expresivo e ‘interpretativo’ sino que también generen ideas, conceptos. No sólo es necesario que los actores piensen la actuación desde lo integral, que aporten a la concepción e intervengan en el devenir de la construcción de la obra. Hoy también es absolutamente primordial generar teatralidad desde el trabajo conjunto entre dramaturgos, actores, directores de teatro.  Para ello es clave generar dinámicas donde se reformulan roles y mecánicas de creación. Lo cual presupone el contacto, el riesgo, la contaminación pero también la necesaria afirmación de una identidad expresiva propia y el surgimiento de estéticas desconocidas.

Si recurrimos  a los grandes momentos de la historia del teatro, las figuras decisivas de la renovación escénica testimonian una unidad entre escritura de obra y creación de espectáculo. Pareciera que un mismo gesto creador es el que configura lo escénico, instaurando así un territorio potencialmente fluctuante, ambiguo, tenso, fecundo de transgresiones y fricciones.

Escribir desde la escena, escenificar desde la escritura son dos posibilidades desde las cuales se puede abordar un teatro que sin renunciar a estéticas y líneas formales propias de estos tiempos, nos permita fortalecer cierto vacío ideológico predominante. Sin falsas profecías, sin discursos hipócritas, sin efectos demagógicos, se trata de hacer teatro desde sus núcleos mismos: la realidad del encuentro y la urgencia del presente.

Hoy la propuesta es que actores, directores y dramaturgos trabajen con un material que en un principio no es de nadie y que sólo le pertenece al espacio escénico y al tiempo del ensayo. Luego será momento de dejar que las fronteras entro lo propio y lo ajeno, lo común y lo individual cree tensiones y haga que el material se desarrolle. Finalmente quien cierra el proceso creativo no es nadie más que el mismo trabajo sobre la teatralidad.

Lo dicho: dar pautas y potenciar el desarrollo de esta metodología no tienen otro objetivo más que estimular un teatro que si bien asuma dinámicas y experiencias vinculadas con las metodologías creativas contemporáneas, potencie valores conceptuales e ideológicos que desde siempre han sido acertadamente asumidos por la literatura teatral.